Un acercamiento a LA BESTIA, de Alejandro Cervantes, por Nicolás Sandrini.
El estremecedor acecho de la bestia se precipita sobre una ciudad acartonada y sin colores, como un ensayo en claro homenaje a Godzilla, a King Kong, o a una mezcla de referencias que cita a una colección de películas de monstruos en blanco y negro.
La introducción de unos personajes aviñetados como una mujer que ahoga un grito de horror mientras la sostiene un hombre con una máscara de lucha libre, seguida por el clamor de una autoridad militar que alerta sobre un fuego arrollador que avanza, anticipan la inevitable catástrofe. En un rincón, un niño se abraza a su peluche, asustado ante el inminente derrumbe de su fugaz refugio, enmarcado en un plano picado atravesado por un reencuadre de estructuras que lo apresan a un terrible destino.
La ilusión se rompe con un llamado de atención que arranca al muchacho de su mundo imaginario y lo obliga a volver a su trabajo, a «chambear». Descubrimos con acentuado desencanto que los personajes de la fábula están ahora presentes en la realidad y que expresan un fingido desinterés ante la situación de explotación infantil. La Bestia, producción Mexicana dirigida por Alejandro Cervantes, retrata una cruda realidad que acecha y somete a niños en todo el mundo: el trabajo infantil.
Pero la película además de enfatizar una denuncia a una problemática universal, se alza con valor aclamando que imaginar un mundo mejor es posible. La bestia es un ensueño que en blanco y negro reacciona con furia ante semejante injusticia y persigue con irrenunciable determinación su voluntad de romper las estructuras opresivas que condenan a millones de jóvenes.
Inspirada en la imaginación, llama eterna que alimenta los sueños, la película que el niño proyecta en su concepción onírica nos invita a jugar y a crear, a cuestionar y derribar lo injustamente establecido, a pensar y construir nuevos universos felices en donde los niños puedan ir a dormir abrazados a un peluche, sin miedo a despertar en un mundo de monstruos.